Hace ya más de ocho meses que Julia, de escasos veintitrés años esta postrada en una cama de hospital.
No siente, no escucha, no come y no vive; lo único que la mantiene con vida son las máquinas que no cesan de pitar.
Elena y Mario, sus padres, están en un continuo sin vivir desde el día que su única hija tuvo un fatídico accidente de coche. Han solicitado la desconexión de su amada hija, pero nadie les hace caso.
Nadie entiende como unos padres pueden preferir ver a su hija muerta.
¾ ¿Acaso no está muerta ahora? ¿Qué clase de vida es esa? –decía Elena a los medios de comunicación que se agolpaban a las puertas del hospital¾. Mi hija no quería esto; nunca quiso que la dejaran ser un vegetal. Ella estaba llena de vitalidad y no quería acabar así.
Mario adelgazó diez kilos en estos meses. Apenas come y duerme a duras penas en el incómodo sofá de acompañante, junto a su hija moribunda.
Al principio le hablaba; por aquello que dicen que aunque esté así escucha, pero con el tiempo dejó de hacerlo. No tenía nada que contarle, al menos no nada bueno o que reporte felicidad.
Elena, de escasos cincuenta años aparentaba ahora setenta. Su vida se iba con cada pitido de las máquinas. Las arrugas se peleaban por tener sitio en su avejentado rostro y las canas parecían florecer de pronto, poblando su moreno cabello.
Julia no tenía hermanos. Así que sus padres perderían a su hija, a la luz de sus ojos; algún día, que esperaban no fuese muy lejano.
Puede que sea difícil de entender, pero sólo basta con preguntarse si estás dispuesto a dejar tu vida para ver morir al ser que más amas en el mundo.
¿Estás dispuesto a que tu ser querido esté postrado en una cama, lleno de máquinas, sondas y tubos que impiden deje nuestro mundo para hallar la paz?
Uno debería tener derecho a poder elegir como morir, así como lo tenemos para elegir como vivir.
Morir de manera digna; eso es lo único que los padres de Julia persiguen. Una muerte digna para su hija, su única hija.
¾Estas corriendo demasiado –recordó Julia a Ulises, su novio.
¾Lo siento cariño.
Ulises redujo enseguida la velocidad. A Julia le daba pánico ir a más de 100km/h. Temía que se perdiera el control del coche y su novio lo respetaba.
Esa noche habían salido a celebrar el cumpleaños de una amiga. Ninguno había bebido, no tomaban drogas. Pero en la carretera no dependes solamente de ti, también dependes del buen juicio de otras personas y de su prudencia.
Por desgracia el conductor de la Carnivale no pensó en eso. Triplicaba la tasa de alcoholemia permitida y además había fumado cannabis. Se había quedado medio dormido al volante cuanto se saltó el semáforo en rojo.
A Ulises no le dio tiempo a reaccionar. La camioneta se empotró en su puerta, haciendo estallar su cráneo contra el volante.
El coche dio varios trompicones y Julia quedó inconsciente. Por suerte llevaba puesto el cinturón; de no llevarlo habría salido despedida.
Despertó ya en el hospital y lo primero que hizo fue preguntar por su novio.
¾Lo sentimos mucho señorita, pero su novio falleció en el acto –anunció el médico.
¾ ¿Sufrió? –preguntó con lágrimas en los ojos.
¾No.
Suspiró aliviada. Siempre le preocupaba que la gente cuando muere sufra.
No preguntó por su estado, sólo le importaba la preocupación de sus padres y el dolor de los padres de Ulises, que sin duda estaban sufriendo muchísimo.
Todo parecía ir bien, hasta que en un scanner detectaron un coagulo en el cerebro.
Ya era tarde para Julia, el coagulo había reventado tan deprisa como se había gestado.
Cayó en un coma profundo.
¾No sabemos si será reversible, pero en caso se despertar quedaran secuelas muy graves.
¾ ¿Qué secuelas son esas, doctor? –preguntaron los padres, preocupados.
¾Puede que pierda el habla y la sensibilidad en las piernas. Si no despierta en menos de un mes los daños serán mayores.
Pasaron las horas, los días, las semanas y los meses. La angustia era cada vez mayor.
¾Si algún día quedara postrada en una cama, no quiero que me dejen vivir. No soportaría verlos sufrir y viviendo en un hospital. No quiero depender de maquinas, por favor.
Elena recordaba aquellas palabras de su hija día tras día, segundo tras segundo. Se lo habían prometido y no podían cumplirlo.
¾Hemos vuelto a apelar la decisión del juez. Tiene que concederle la eutanasia a nuestra hija. No es justo que este así. Esta muerta ¿No lo ven?
El médico les dijo por altiva y por pasiva que su hija estaba en un viaje sin retorno, sólo restaba que su alma decidiera irse definitivamente.
Pero Elena y Mario sabían que esas máquinas eran las que impedían a su hija emprender el viaje hacia la paz y el descanso.
¾Te prometo que terminaremos con esto. Es la última apelación; me da igual acabar en la cárcel; no quiero recordarte así –susurró una Elena rota de dolor al oído de su joven hija.
Salió del hospital bañada en lágrimas, le costaba respirar.
Elena había tomado una desición.
Recuerdo aquel caso norteamericano, es que se cumplió al final el deseo de Terry, pero de la peor manera: que muriera de hambre y sed...
ResponderEliminarFelicitaciones guapa!!! Desde luego que esto es lo mejor que le puede pasar a un escritor, poder escribir de todos los temas posibles y que lleguen al corazon. Tú lo consigues con creces!!
ResponderEliminarEl relato me puso los pelos de punta, me dieron unos escalofrios... Y me encanta como te centras en los padres, ellos son los que más sufren en situaciones asi.
Que manera la de sufrir la de los padres, ni modo aunque no soy madre se nota lo dificil que puede llegar aser una situacion así.
ResponderEliminarEstar entre el dolor de cumplir una promesa a tu hij@, aun sabiendo que con eso le perderas para siempre. que ya no estará más. Que triste y que cruel.
Jud que se te puede decir, todo ya te lo he dicho un millón de veces, pero no me cansaré de repetirlo. Eres una grandiosa escritora, una persona maravillosa y un ser empatico increible. Tu manera de escribir es preciosa, continua así y no te rindas.!
Te quiero Jud.
Tienes mucha fuerza escribiendo, Jud, llegas a hacer que nos pongamos en el lugar de esos personajes que sufren tanto; como dice Carla, tienes una enorme capacidad de empatía.
ResponderEliminarLa vida para mí es devenir, movimiento constante, crecimiento. Y, Jud, si el crecimiento, de cualquier tipo que sea, excepto el puramente vegetativo, está ausente en una persona, se puede decir de ella que está muerta para la vida. Creo que el ser humano se merece crecer hasta su último respiro si está en condiciones de hacerlo. También diría que no siempre unos padres piensan con objetividad cuando juzgan sobre el sufrimiento de un hijo que está en coma o sobre sus posibilidades de despertar alguna vez. Si tuvieran mi tipo de personalidad, por ejemplo, es probable que se dejaran llevar por fantasías extrañas algunas veces pues la ansiedad no es buena consejera ni pensadora. Dicho todo esto, los médicos creo yo que saben cuando a una persona la están convirtiendo en un juguete que sólo funciona cuando está "conectado", triste símil. En ese caso no es la vida del paciente la que está creciendo sino las máquinas las que invaden su vitalidad y se la van comiendo poco a poco.
que dura y dificil situacion !!!! ella ya no estaba ahi !!!! gracias jud !!!
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