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jueves, 12 de abril de 2012

"Cuando el amor da paso a la locura" (relato corto)


Marta esta tumbada en su cama, como cada noche no consigue pegar ojo. Sus ojeras son cada día más pronunciadas y su delgadez da fe de la mala vida que está llevando desde que conoció a Miguel.
Él da un portazo al entrar en casa y ella se sobresalta, como cada noche, como cada día. Poco o nada queda de esa pareja ideal que formaban, de ese amor que se profesaban mutuamente.
Ella ya no siente nada ¿y él? Él tampoco siente nada, porque incluso los animales tienen más sentimientos.
Marta ya no tiene amigos y su familia está cada día más lejos, se han cansado de pedirle que regrese a casa, que lo deje y vuelva a ser la chica soñadora y luchadora que era antaño; pero por mucho que la busquen esa chica murió hace mucho tiempo, demasiado. Ahora es una mujer encerrada, deprimida y deprimente. Ya no le queda nada, ya no le queda nadie. Ya sólo espera que él algún día acabe con ese tormento, porque ella no tiene fuerzas ni tan siquiera para eso.
Miguel entra a la habitación, vuelve a dar un portazo y a ella se le erizan los pelos. El hedor a Whisky le da nauseas.
¾  ¿Ya estas acostada? Te pasas el puto día en la cama, eres una jodida inútil que no sirve más que para estar acostada y darme problemas –ella suspira y se traga las lágrimas¾. Ni siquiera me has hecho la cena.
Su tono se va elevando en cada palabra y Marta, Marta sólo asiente y se levanta para calentarle la cena, él ni siquiera se ha fijado si estaba hecha.
Pasa por su lado con la cabeza agacha y sin decir una palabra, es como un cachorrito asustado.
Él le propina una colleja, también sin mediar palabra alguna y sin que ella hiciese nada por merecerla. Ella solloza.
¾Que no llores -vocifera¾. Me tienes harto, como si no tuviese yo problemas como para encima tener que aguantarte. Maldita zorra. Aún no entiendo como sigo contigo.
¾Ni yo como estoy contigo –pensó ella para sí. Nunca reunía el valor para dejarlo.
Le calentó la cena y se quedó sentada junto a él hasta que acabó. Recogió el plato, lo fregó y él se acercó por detrás a lo que ella respondió dando un respingo.
¾No te asustes. Lo siento cariño, hoy he tenido un día horrible en el trabajo –dijo Miguel con un tono suave y tierno.
La acarició tiernamente en la mejilla y le tendió su mano.
¾Te he traído un regalo –ella estaba estupefacta¾. Me apetecía tener un detalle contigo.
Una hermosa gargantilla con cordón negro y un dije con un escorpión en plata. Ella sonrió maravillada ante un detalle que hacía semanas, sino meses que él no tenía.
¾Es preciosa. Gracias –dijo encantada mientras él se la colocaba.
Comenzó a acariciarle los pechos. Sus manos bajaron hasta sus piernas y las separó. Ella apenas respiraba.
“No” tenía ganas de gritar a los cuatro vientos, pero era incapaz de llevarle la contraria y menos después del regalo que le había hecho.
Miguel besaba el cuello de Marta con posesión, apretaba sus muslos tan fuerte que la piel comenzaba a enrojecérsele. Las lágrimas corrían despavoridas por las mejillas de una joven treintañera que aparentaba más de cuarenta.
Él levantó la falda y comenzó a penetrarla por detrás sin importarle un carajo lo que ella quería y haciendo caso omiso a las lágrimas y los sollozos de ella. Ella ya no existía.
Con el tiempo Marta aprendió a no esforzarse en fingir, tan sólo se dejaba hacer, rogando que acabará pronto, se durmiera y la dejara en paz.
¾Haaaa mmmmm –gemía él en su oreja mientras las insistentes lágrimas de ella seguían aflorando.
Las piernas le temblaban y sus fuerzas flaqueaban.
De repente comenzó a no poder respirar y con el poco sentido que le quedaba se hizo consciente de lo que estaba sucediendo.
Él la estaba estrangulando con la gargantilla que le había colocado con tanta delicadeza en su cuello hacía tan escasos minutos. Su rostro se tornó de un color rojo fuego en cuestión de segundos.
Sacó fuerzas de donde pudo y se zafó de aquellas garras animales. Él comenzó una frenética carrera por la casa.
Marta resbaló y a él le vino justo para propinarle unas cuantas patadas en el torso. Ella intentaba levantarse, pero sus reservas de fuerzas comenzaban a escasear.
¾Levántate perra.
La muchacha fue reptando por el suelo, dejando en cada paso su dignidad, la poca que le quedaba.
Se levantó como pudo y un puñetazo cruzó su cara. Calló inconsciente al suelo.

Marta se despertó en su casa con un fuerte dolor de cabeza. Se tocó su nariz y notó la sangre seca que había estado saliendo a borbotones.
Junto a la cama Miguel la miraba con cara de culpa, ternura y ternero degollado.
¾Lo siento. Me has hecho perder los nervios –ella no emitía sonido alguno, ni siquiera quería respirar¾ ¿Encima que ha sido culpa tuya ahora no me hablas? Joder Marta, es que me sacas de mis casillas.
Llevaba ya tanto tiempo creyendo que cada golpe sólo era por su culpa que ahora lo creía y tenía que disculparse por recibir palizas, pero esta vez no tenía fuerzas ni siquiera para eso.
Él se acercó a acariciarla y ella, muerta de miedo, se acurrucó en la cama, alejándose. Miguel se recostó en la cama y se acurrucó junto a ella.
En cuestión de minutos él quedó dormido, ella lo sabía por sus irritantes ronquidos. Se levantó hacía el baño; estaba mareada.
Se llevó la mano a la boca al verse en el espejo. Tenía la cara plagada de sangre seca, el muy cabrón ni siquiera se había tomado la molestia de limpiarla un poco.
Se palpó la nariz y enseguida notó que tenía el tabique, cuanto menos, fisurado.
Salió del baño y observó a ese hombre al que había amado con locura, a hombre por el cual dejó toda su vida y se dejó a sí misma.
Sin apenas hacer ruido cogió de la mesilla de noche su cartilla del médico, su documentación, la cartilla de la cuenta secreta que se había abierto hacía mucho tiempo y tenía escondida a buen recaudo. Ya en la cocina cogió el frasco de la supuesta sal y metió en su cartera todo el dinero que allí había.
Volvió a la habitación, lo miró una última vez y se fue.
No dejó ninguna nota, no dejó sentimientos y tampoco arrepentimiento.
Tenía claro a quién acudir. Carlos, era el único amigo que sabía todo lo que pasaba en su casa. Era un chico al que conoció por internet hacia más de dos años y con quien tenía una relación sincera de amistad.
El único inconveniente era lo lejos que él estaba, así que Marta decidió poner rumbo a Londres en busca de la única persona que podía salvarla, la única que le creía y en quien confiaba.




4 comentarios:

  1. Jud...un relato que estremece el alma ...cuantas mujeres pasan por estas situaciones crueles...cuantas dan un paso y se van.. y cuantas se quedan...siguen sufriendo..y muchas hoy ya no lo pueden contar...Gracias una vez mas por los relatos...sabes que me encanta cada uno de ellos...este fue diferente...siempre me maravillas..Gracias

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  2. Fuerte, desgarrador, triste...
    Es terrible que existan hombres (si es que se les puede llamar así) que cometan semejantes atrocidades.
    Reflejaste muy bien el drama de, por desgracia, muchas mujeres en todo el mundo...
    Saludos.
    (Dolly Gerasol)

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  3. Que fuerte y raro este relato!!!! Me gusto y senti al leerlo impotencia x la agrecion que recibio Marta! Pensar que hay mujeres que se dejan pegar, yo no lo soportaria creo que lo mataria!!! Estos ultimos tiempos aca en Argentina se puso de moda pelearse y le tiran alcohol y las pendren fuego! Esos hombres son unos cobardes y trantornados!!!!!
    Day Gallo

    ResponderEliminar
  4. Guay amiga que relato.... Muy fuerte ... La verdad pensar en cuantas mujeres conviven con tipos asi a diario... Y en este relato lograste trasmitir todo ese sentimiento.... Sin palabras

    ResponderEliminar

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